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  • Writer's pictureUn Jíbaro Viajero

"Mi descenso a los infiernos" El mito, el héroe, el dolor y la resurrección

"Este infierno es temporal, pero sus lecciones son eternas"

Empecemos por esto: hemos aprendido que a los mitos debemos prestarle atención, pues más que narrativas ficticias, pueden ser proyecciones psicológicas. Desde las culturas más antiguas, el ser humano ha intentado explicar el mundo, la vida y el universo por medio de diversas mitologías. Según el afamado psicólogo Karl Jung, en el mito se revela el inconsciente individual de los seres humanos en un lenguaje simbólico. Este nos enseña mucho, si logramos comprender los símbolos.

Uno de estos mitos que observamos repetirse en distintas culturas y por milenios, es el del héroe que desciende a los infiernos (llamado de distintas maneras en distintos contextos) y regresa al mundo de los vivientes, concepto conocido como la "katábasis".

Ejemplos hay de sobra. Desde los mesopotámicos en la épica de Gilgamesh, hasta las mitologías egipcias, griegas y romanas. Orfeo, Teseo, Psiqué, Héracles y Eneas son algunos de estos héroes o heroínas que descienden al Hades, al Tártaro o al Inframundo. Bien conocida también la narrativa del Nuevo Testamento cristiano en la cual Jesús descendió en su muerte al Hades. Jesús desciende con una misión: arrebatar las llaves del Inframundo y liberar a los justos. Solo luego del descenso sería posible la resurrección; y esta es la enseñanza existencial: en la vida, solo luego del más profundo descenso, se experimenta la resurrección, el resurgir a la máxima plenitud.

Entendiendo esto, miremos al famoso héroe de la mitología griega Hércules, quien recibe la misión de llevar a cabo 12 hazañas para redimir su culpa por haber asesinado a su esposa e hijos. Esto porque la esposa del dios Zeus, Hera, en sus incontrolables celos porque este había concebido a Hércules como hijo ilegítimo con una humana, lo enloquece para que realizara tales acciones.

El héroe se encamina a cumplir con las doce hazañas, y la última sería nada menos que descender a las profundidades del Inframundo y enfrentar al mismo Hades, señor de este, para raptar a su perro de tres cabezas Cerbero, no sin antes librar una dura lucha con el mítico canino.

El mito de las hazañas de Hércules, en el sentido psicológico, puede ser interpretado como las distintas maneras en que el ser humano intenta también, igual que el héroe, redimirse en la vida debido a las carencias y vacíos que los distintos traumas existenciales provocan. Por ejemplo, las deudas de amor y de presencia que nos convencieron de que no éramos dignos de ser amad@s incondicionalmente; esos abandonos que nos plantearon el paradigma de que teníamos que ganarnos de alguna manera la atención que naturalmente anhelábamos; o esos amores inconstantes, que estuvieron de manera interrumpida y selectiva que nos esclavizaron a la idea de que nos tocaba mendigar las migajas de cariño que caían de la mesa. Todas estas y muchas más carencias psicológicas nos encaminaron en un peregrinaje en la vida de auto redención, es decir, a través de nuestras propias hazañas, adquirir o, al menos hacernos dignos de nuestra liberación y auto infligidas culpas. El camino siempre va a concluir, según nos ha enseñado el mito, en el descenso a los infiernos.

Es posible que el mito nos transmite esto: el viaje al infierno y de vuelta es el encuentro con nosotros mismos. Lo que es cierto es que ningún héroe, ni tampoco ningún mortal desciende al Hades y regresa a la vida siendo el mismo o la misma.

Por 48 años nunca padecí de nada, ni mi salud estuvo comprometida de ninguna manera. Eso no significa que mi existencia ha estado libre de retos, todo lo contrario. Emocionalmente me han tocado mis propias hazañas (como al héroe) en la vida. He sido un sobreviviente de carencias, y también he tenido mi dosis de perdidas en mi camino, de esas que te obligan a comenzar casi desde cero; sin embargo, ahora me refiero a una experiencia totalmente distinta. Para hacerme comprender, esas hazañas que vamos cumpliendo para nuestra auto-redención van construyendo nuestro ego, ese yo que es la imagen que queremos mostrar al mundo. Así, por medio de mis hazañas, he construido una proyección de mí mismo, una persona fuerte que no se derrumba ante nada ni nadie; y sobretodo, que jamás debe mostrar vulnerabilidad alguna. Una máscara que oculte lo que pueda parecer alguna inseguridad; pero, como todo lo superficial, un día todo se derrumba, a muchos nos toca ese descenso. En mi caso, este peregrinaje ha tenido que ver con mi salud.

A inicios de este año recibí un diagnóstico de un tumor canceroso en el intestino grueso. Esa primera noticia, cuando el médico menciona cáncer es devastadora, te desarma y te deja perturbado por varios días hasta poco a poco procesarlo. Unas semanas más tardes me sometí a una dolorosa operación de abdomen completo abierto para remover el tumor que, a pesar de, en efecto ser canceroso, se encontraba en una etapa bien temprana, lo cual no requirió tratamientos o medicaciones adicionales a la cirugía. Cinco meses más tarde se me obstruyó el intestino debido a una adherencia que se formó en la cicatriz de la cirugía anterior. Esas cosas que pueden suceder pero nos gusta pensar, no a mí. Ese día comenzó un descenso a un abismo desconocido, este infierno se llamaba dolor. No me refiero al viejo dolor del alma que tantas veces en la vida había conocido, y para el cual desarrollamos todo tipo de estrategias para trascender. Al igual que no es lo mismo hambre y sed de justicia que hambre y sed, tampoco es igual el dolor del alma que el dolor físico; y que conste, no me refiero a la intensidad del dolor, sino a lo constante y prolongado. Luego de soportar horas, pasas a días. Tu mente se te nubla, las esperanzas que te sostienen se desvanecen y tu espíritu se quiebra. Llorar no vale la pena, solo intentar respirar lo menos posible para que esto desvíe un poco tu mente del padecimiento. Una hora de alivio con morfina para enfrentar las próximas siete horas sin tregua. Continuamente repites: alivio, alivio, pero no llega. Durante 15 días hospitalizado, once de estos fueron bajo este escenario, con un tubo nasogástrico desde la nariz hasta el intestino que te lacera de tal manera que prefieres no hablar, y lo único que tienes espacio en tu mente para desear, aparte del alivio, es un trago de agua el cual no es una posibilidad por días.

El descenso al infierno es un camino duro y dejas mucho en el proceso. En este caso 20 libras menos, total deshidratación, descompensación de fluidos corporales y sobretodo casi totalmente la cordura y la estabilidad emocional. Uno de los días pensé: "deseo que me desconecten". Ni siquiera entiendo que significaba eso, pero de alguna manera deseé con todo mi corazón que todo terminará, todo... Esta es la experiencia límite.

Descubrí que algo sucede en el cerebro humano cuando se tiene esta experiencia de dolor prolongado. A nivel psicológico lo podemos describir como el encuentro con uno mismo. En la parábola del hijo pródigo, perderlo todo, el descenso al abismo, provocó que este volviera en sí; o mejor dicho, volviera a sí mismo. Esta ha sido una de las grandes bendiciones de mi descenso: el dolor derrumba todas tus máscaras y te permite mirarte en tu estado más vulnerable, en el estado más vacío y despojado de todo. Cuando ya no queda nada, quedas tú, libre del ego auto creado, libre de orgullos tóxicos y de falsas seguridades. Quedas tú, en el estado más puro del ser. Creo que por esto es que se ha dicho que el dolor purifica.

Aquell@s que descendimos al infierno y regresamos a la vida, como el héroe, nunca será con las manos vacías. Es mucho lo que traemos de ese abismo. Primeramente, agradecimiento; pero uno distinto: el que se hace consciente de lo que siempre dimos por sentado pero que es lo esencial de la vida. Tras días sin comer ni beber nada, disfrutar un plato de comida es ahora una experiencia muy valorada, algo que antes nunca tuve la necesidad de apreciar. Cuando el dolor te quiebra el espíritu y pierdes hasta la última esperanza que te sostenía, resucitas a una vida distinta, sin necesidad de falsos egos, puedes mostrar al mundo toda tu vulnerabilidad, porque esta vez sabes que tras ir al infierno y regresar, eres tan fuerte como necesites ser para trascender todo. Luego del abismo abres tu corazón como nunca al amor. Esa vulnerabilidad extrema nos enseñó que no somos seres independientes sino interdependientes; y que entender esto es la verdadera madurez. Es mucho más lo que se aprende, pero gran parte se resume en esto: comprendes la fe genuina, la que es como un diminuto grano de mostaza, porque retornar de las tinieblas a la luz requiere creer cuando no hay fuerza ni energía para hacerlo. Ese creer es frágil, es casi inexistente, pero es potencialmente poderoso y capaz de las más increíbles transformaciones.

Luego del infierno resucitas, resurges a una vida nueva. No harán falta las hazañas porque ya nada hay que probar, como el héroe, eres leyenda, la tuya propia, una historia de un guerrer@ que tuvo que librar una batalla que nadie comprenderá plenamente, solo quien ha descendido al abismo y ha vuelto a la vida.

Esta es mi historia, pero también la de tanta gente. El mito es una proyección de nuestro propio peregrinaje. Tú eres el héroe, la heroína de tu historia. El infierno es temporal, pero sus lecciones serán eternas...

Que hoy comprendas que hay un héroe, una heroína en tu historia y eres tú...

Que hoy puedas creer, en medio de tu abismo, aún sin fuerzas ni energías; pero esa fe frágil y vulnerable será tu salida del abismo a la vida...

Que hoy internalices que luego del infierno vendrá la resurrección y resurgirás a la mejor versión de tu existencia...

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